Polarizado

Sí, es la palabra del año. Sí, me he aprovechado de ella para hacerme un titular resultón. Sí, voy a hablar de polarización; de gente polarizada, concretamente.

A mí, personalmente, me gusta más usar el término «radicalizado», porque expresa mejor las características de ciertos tipos de individuos con los que me encuentro, en los últimos tiempos con una frecuencia creciente. Gente ésta fervientemente defensora de la libertad, de la suya, obviamente, no de la de los demás, que se la trae al pairo. Gente que cree que las normas y las leyes son un martillo con el que aplastar al prójimo, a la vez que, cuando se las aplican a ellos, las ven como un yugo que coarta su sacrosanta libertad. Gente que critica que el gobierno no ayude a su sector económico, o mejor aún, a ellos en particular, mientras critica que lo haga con otros sectores u otra gente porque eso es «intervencionismo» o «clientelismo». Gente con doble moral: una para ellos y otra para los demás. Gente que, por ejemplo, te prohíbe el aborto y al día siguiente llevan a sus hijas a Londres a abortar. No les llames egoístas, que se enfadan: sólo están aplicando SU libertad.

Y es esa doble moral lo que les convierte en individuos peligrosos, porque ven mal en ti lo que en ellos ven normal, y no dudan en cometer todo tipo de excesos que en otros denunciarían con toda la vehemencia que les fuera posible. No lo digo por decir; lo he visto. Esa gente no está polarizada; esa gente está radicalizada. Polarizado estoy yo (y espero que muchos otros como yo), justamente en el polo opuesto al que esté esta gente.

Y sí, estoy polarizado, lo reconozco; estoy polarizado en defender que la idea de «igualdad» de nada sirve si no viene acompañada con un «de oportunidades», porque el fuerte, el abusón, siempre se escudará en la igualdad para aplastar y subyugar al débil. Estoy polarizado en el convencimiento de que el entendimiento entre las personas es preferible a la confrontación indiscriminada, en la verdad que contiene aquella antigua maldición de «pleitos tengas y los ganes». Estoy polarizado en creer que algunos principios no deben ser inamovibles sino flexibles, y que deben adaptarse a las circunstancias, porque de lo contrario se convierten en un lastre que impide el progreso y la convivencia.

Porque quienes creen que sus ideales deben anteponerse a todo, aunque supongan una merma en la calidad de vida de la gente, quienes creen que una bandera vale más que la gente a la que se supone que representa, quienes creen que «libertad» significa acorralar a los demás, esa gente no está polarizada: esa gente son radicales fundamentalistas. Tienen otros nombres, pero hoy no toca hablar de ellos.